El anarquismo argentino hacia la primera mitad de los 30s. Desocupados, desocupación y revolución[1]
Por José Benclowicz
Introducción
Como es sabido, los estudios clásicos sobre el anarquismo argentino se centraron en la primera década del siglo XX, el momento de mayor influencia del movimiento libertario, y en menor medida en los años 1919-1921, que registraron una importante alza de las luchas sociales en las que los anarquistas jugaron un papel destacado.[2] En cambio, para los primeros años de la década de 1930 en particular las indagaciones son sumamente escasas. Si bien es claro que para ese entonces la presencia ácrata estuvo mucho menos extendida que en las décadas previas, también es mucho menos conocida. En este artículo examino la evolución de los planteamientos y representaciones del anarquismo argentino sobre la desocupación, los desocupados y la revolución, problemas que forman parte relevante de la intervención libertaria del período.
Acicateada por la crisis económica de 1930, la desocupación alcanzó por entonces dimensiones sin precedentes al nivel mundial y la Argentina no fue la excepción. En ese contexto, los diversos sectores políticos y sociales desplegaron sus propias interpretaciones sobre el problema y propusieron diferentes medidas para solucionarlo. Fuera de los estudios sobre las visiones y políticas impulsadas en esa época desde el Estado argentino con relación al tema,[3] la cuestión de las representaciones y acciones impulsadas desde el movimiento obrero en general y desde el movimiento libertario en particular prácticamente no ha sido investigada.[4] Este trabajo contribuye a cubrir este déficit y aporta al conocimiento del devenir de un movimiento anarquista que se debatió en torno a las (im)posibilidades revolucionarias del momento.
Dada la especial influencia de La Protesta, que antes del golpe de 1930 se editaba generalmente en forma diaria, en estas líneas tomo a este periódico como la fuente principal y analizo todos los artículos publicados sobre el tema entre 1930 y 1934; para este último año los índices de desocupación recuperaron sus niveles previos a la crisis, registrándose una disminución en el interés sobre la cuestión. Más allá de eso, considero en el análisis cuando resulta posible y pertinente a otras publicaciones ácratas relevantes como La Antorcha.
Las variaciones de representaciones sobre los desocupados y las discrepancias en torno a las posibilidades revolucionarias que surgen del análisis que aquí se aborda dan cuenta de un amplio debate al interior de las filas anarquistas. Los posicionamientos, de carácter heterogéneo y contradictorio, alternan la figura de los desocupados como sujetos incapaces de luchar con la necesidad de organizarlos y la urgencia revolucionaria con la necesidad de una reforma, delineando diferencias significativas con relación a planteos considerados típicos en el anarquismo.
Los anarquistas y la desocupación masiva
El problema de la desocupación figura expresamente en la agenda anarquista varios años antes de la crisis del ‘30. Ya en 1925, el II Congreso de la anarcosindicalista Asociación Internacional de los Trabajadores, en el que participaron delegados de la FORA argentina, decidió impulsar una campaña por la reducción de la jornada laboral a seis horas.[5] Lo cierto es que, con la crisis de 1930, el problema se exacerbó: el primer censo oficial sobre desocupación, realizado en 1932, arrojó una cifra de 333.997 desempleados. En ese contexto se va a relanzar la campaña por la jornada de seis horas, que hasta ese momento, de acuerdo a lo que se desprende de las propias consideraciones de La Protesta, no se había llevado adelante consecuentemente. En este sentido, si puede pensarse que en el período de ascenso del movimiento la coexistencia de distintas líneas amplió sus marcos de interpelación y su capacidad de atracción,[6] en el contexto del anarquismo debilitado de los años treinta la falta de una orientación clara no parece haber contribuido a la recuperación libertaria. Como se verá, el consenso entre los anarquistas no iba mucho más allá de la identificación de las causas de la crisis en la organización capitalista de la sociedad, pensamiento que era compartido por el resto de las corrientes obreras.[7]
Los anarquistas encontraban que las “leyes” del funcionamiento de la economía capitalista carecen de razonabilidad y naturalidad y por eso mismo atentan contra las necesidades de los hombres. Para poner fin a esta situación se señala, en primera instancia, una única salida: “no hay más que un medio: romper el cerco, hacer la revolución”.[8] Este enfoque clásico desde el punto de vista anarquista, aunque matizado e incluso contradicho en distintas oportunidades, no desaparecerá durante el período analizado: la única solución a la desocupación es la misma revolución, planteo que aparece reiteradamente en las páginas del periódico anarquista. En este punto, se esboza un debate interno acerca de las posibilidades de acción para solucionar o al menos aliviar el problema de la desocupación hasta tanto se desencadene el acontecimiento revolucionario. En efecto, en la edición del día siguiente a la de la nota citada, se reconoce que
El estado actual de la clase trabajadora internacional, es de decaimiento y de derrota. Aplastada por toda clase de cargas, sumida en la miseria más espantosa, carece del necesario optimismo que puede dar solamente el desarrollo de una idealidad superior […] ¿Cómo romper esta situación si no es ofreciendo una solución factible que atenúe sus dolores más inmediatos? Cuando los anarquistas se resuelvan a plantear la lucha por las seis horas, ya veremos como rápidamente gana terreno la agitación, convirtiéndose en un movimiento popular de incontenible pujanza.[9]
Siguiendo este planteo, dada la situación real de la clase trabajadora mundial no es posible la revolución en lo inmediato. La tarea de la hora es, en cambio, remontar la derrota que le fue infringida, para lo cual la lucha por la jornada de seis horas se plantea como ideal, ya que favorecería la unidad de los trabajadores ocupados y desocupados: “la lucha por la jornada de seis horas, podría despertar ese interés unánime de todos los trabajadores sin excepción, ya que todos resultarían beneficiados por su conquista”.[10] En síntesis, la consigna de las seis horas se piensa como atractiva para propiciar un nuevo ascenso de la lucha de clases, en cuyo marco “los anarquistas encontraremos mil posibilidades de desarrollar las ideas”.[11] Las improntas que fueron consideradas dominantes para el anarquismo de las primeras décadas del siglo –la idea del “todo o nada”, la urgencia revolucionaria, las apelaciones populistas antes que clasistas, la completa falta de pragmatismo–[12] parecen desdibujarse. Ahora bien: ¿es posible imponerle a la burguesía las seis horas, o se trata de una consigna para allanar el camino a la revolución? Dicho de otro modo, ¿la lucha por la jornada de seis horas se impulsa como una reforma posible dentro del sistema –que al mejorar la situación material y espiritual de la clase obrera favorecerá más adelante un impulso revolucionario– o se trata simplemente de una consigna movilizadora –la mejor de todas, teniendo en cuenta la masividad de la desocupación– para concretar la revolución? En este último caso, se trataría de una variante de la política radicalizada y revolucionaria subrayada por los trabajos clásicos sobre el anarquismo argentino; en el primero, nos estaríamos topando con una táctica negociadora y “reformista”, en principio poco usual en la tradición libertaria.[13] Los redactores de La Protesta no parecen estar de acuerdo sobre este punto: uno y otro argumento se alternan en las diferentes notas. Así, en marzo de 1930 se apunta que
Es una magnífica oportunidad para poner de relieve el valor de nuestra iniciativa de las seis horas. El que quiera estudiar imparcialmente la situación, al margen de todo preconcepto partidista o político, convendrá que contra la plaga de la desocupación no hay, dentro del orden presente, más solución que la de la reducción de la jornada. ¿Qué hacen nuestras organizaciones obreras, qué hacen nuestros grupos? Sería la hora de demostrar prácticamente que nuestras declaraciones teóricas no quedan sólo en el reino de los ensueños, sino que sabemos traducirlas en realidades tangibles.[14]
Se trata aquí de aportar una solución inmediata al problema de la desocupación, dentro del orden vigente. Desde luego, esa solución no se piensa como algo que viene sólo, sino que debe ser arrancada a la burguesía. De ahí el llamamiento a los militantes anarquistas a hacer suya una campaña que no terminaban de impulsar seriamente, de acuerdo a lo que sugiere la nota. Claramente, la posición es diferente a la que señalamos en las primeras citas, donde la única salida era “romper el cerco, hacer la revolución”. La línea “reformista” convivió con variantes “revolucionarias” y se sostuvo hasta el golpe de septiembre de 1930. Así, en el mes de julio se señala, por ejemplo:
Nosotros hemos propuesto la introducción de la jornada máxima de seis horas […] porque de ese modo serían reintegrados al proceso productivo los actuales desocupados y así aumentaría la capacidad de consumo del pueblo, capacidad de consumo que en el régimen económico presente no se mide por las necesidades sino por los medios financieros para satisfacerlas. Es el único camino de salvación dentro de los cuadros de la economía actual. ¿No se han ensayado todavía bastantes cataplasmas y panaceas con resultados negativos? No queda ya más que la reducción general de la jornada, de la cual nosotros sacamos la venta de un menor desgaste fisiológico, pero el capitalismo conseguiría así librarse del problema inquietante de los millones de desocupados, los cuales tarde o temprano tendrán que reclamar su derecho a la vida.[15]
El fragmento citado procura demostrar que la reducción de la jornada a seis horas dentro de los límites del sistema no sólo es posible, sino incluso deseable hasta para el propio capitalismo, que podría verse amenazado por la acción de los desocupados. La posibilidad de esta acción, que todavía permanece difusa, no es para nada una obviedad, como se verá en el siguiente apartado. Lo que interesa resaltar por ahora es que confluye junto a otros factores para reforzar el planteo de la posibilidad y la necesidad de reducir la jornada laboral a seis horas, en una apelación que parece dirigida a convencer a propios y a ajenos, a trabajadores y a capitalistas. Cada cual recibiría una ventaja con relación a la situación actual, los trabajadores se beneficiarían de “un menor desgaste fisiológico”, mientras que los capitalistas, además de conjurar el peligro que podría representar para la estabilidad del sistema los millones de desocupados a nivel mundial, podrían reactivar la economía a través del impulso que operaría en la demanda de bienes de consumo el reparto de las horas de trabajo y la contratación de los desocupados. Como se ve, el planteo se encuentra consustanciado con los debates económicos de la época, y aunque esquiva la cuestión del Estado –¿quién sino, podría instrumentar la introducción de la jornada de seis horas?– no deja de proponer una reforma dentro de los marcos del sistema social vigente.
Aún así, debe insistirse en la falta de un discurso homogéneo en La Protesta. Puede decirse que conviven en sus páginas distintos desplazamientos con relación a la consigna central de las seis horas, pudiendo asumir también una perspectiva inmediatamente revolucionaria. En este sentido, otra nota afirma:
De momento no queda otra solución: o la implantación de la jornada de las seis horas, o el control de todas las industrias, y esto, a ser sincero, […] más que difícil, nos conducirá a un fracaso seguro en ciertos puntos, tales como los Estados Unidos. En otros países, tales como la Argentina, puede obtenerse un triunfo siempre que los trabajadores coordinen sus fuerzas, tanto para apoderarse de las fábricas, como para tomar posesión de la tierra, a implantar un régimen de igualdad entre los hombres.[16]
En este artículo, para Estados Unidos, la reforma; para Argentina, la revolución. En cambio, en otra nota publicada dos semanas antes del golpe de Estado encabezado por Félix Uriburu, La Protesta lanzaba un nuevo llamado a luchar por la reforma de las seis horas, lamentándose nuevamente de lo poco hecho hasta el momento.[17] Cinco días después del coup d’État, el periódico sale a la calle advirtiendo que el nuevo gobierno nada hará por los desocupados, como tampoco lo había hecho el de Yrigoyen. En esta línea, se sostiene en términos generales el argumento previo, “La desocupación es un problema que no pueden resolver más que los trabajadores mismos”.[18] Esta falta de consenso en la formulación de una salida para la desocupación masiva se repite a la hora de pensar al propio desocupado. Veamos.
¿Qué clase de sujeto es el desocupado?
El tema de la representación de los desocupados, que resulta clave para entender las posiciones anarquistas. ¿Cuáles son los atributos de los desempleados? ¿Qué le ocurre a un trabajador cuando se encuentra sin trabajo por períodos prolongados? Por esta vía llegamos a la cuestión de si el desocupado es un sujeto potencialmente revolucionario o en el otro extremo, alguien que ha sido degradado hasta convertirse en una escoria del capitalismo.
Una figura clásica que debe ser traída a la palestra con relación a la representación de los desocupados es la del lumpenproletariado. Como es sabido, el término, acuñado por Marx, procura trazar una línea divisoria con el proletariado industrial, sujeto capaz de tomar conciencia de su situación y jugar un papel revolucionario. Por el contrario, el lumpenproletariado se configura como “un centro de reclutamiento para rateros y delincuentes de todas clases, que viven de los despojos de la sociedad, gentes sin profesión fija, vagabundos, gens sansfeu et sansaveu”.[19] Los desocupados, en particular los desocupados crónicos, podrían incluirse sin mayores contradicciones en esta capa que eventualmente “puede ser arrastrada al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, sus condiciones de vida la predispondrán más bien a venderse a la reacción”.[20]
Conocidos son también los desacuerdos entre los sectores marxista y anarquista de la I Internacional, que derivaron en la ruptura de esa organización. Situado entre las figuras más destacadas de esta segunda corriente, Mijaíl Bakunin –y también Kropotkin– rechazó la aproximación de Marx sobre la revolución en general y sobre el lumpenproletariado en particular.[21] Para Bakunin, este sector tenía una potencialidad verdaderamente revolucionaria, a diferencia de aquellos trabajadores de los países más desarrollados de Europa, que “privilegiados en un cierto grado gracias a un salario elevado, ostentando incluso su educación literaria e impregnados, en tal grado, de principios, tendencias y vanidades burguesas que el elemento obrero perteneciente a ese grupo no se distingue de la clase burguesa más que por su posición, pero de ningún modo por su tendencia”.[22] Dado que, a diferencia del proletariado más establecido, los desarraigados y desclasados no tienen nada que perder ni encajan en el sistema, son éstas, las capas más desposeídas de la población, especialmente las masas campesinas, quienes concentran el máximo potencial revolucionario de acuerdo a Bakunin.[23]
Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, resulta curioso que las representaciones predominantes de La Protesta sobre los desocupados resulten más bien marxistas antes que bakunistas. Desde principios de 1930, cuando se empiezan a multiplicar en sus páginas los artículos sobre la desocupación y sus remedios, se tiende a construir al desocupado como un adversario del obrero ocupado:
…la miseria torna entre sí insolidarios a los trabajadores. El que humildemente mendiga trabajo en las puertas de los establecimientos industriales, no vé ante sí más que el problema perentorio de subsistir. No se siente pues ligado por intereses comunes al que tiene relativamente asegurado el sustento diario. Estará dispuesto a suplantarlo en cualquier circunstancia y para ello se ofrecerá al capitalismo expoliador a bajo precio.[24]
El desocupado es pensado aquí como un sujeto incapaz de toda solidaridad por las condiciones a las que ha sido sometido, predispuesto a actuar en contra de los intereses de la clase obrera, atentando contra las luchas y el salario de los trabajadores ocupados. Lejos de la concepción de Bakunin, no tiene ningún potencial revolucionario, más bien todo lo contrario. De ahí que se apele permanentemente a la clase obrera ocupada y no a los desocupados para combatir a la desocupación. Por su parte, la movilización de los desocupados no genera ningún efecto positivo: no sólo no propicia la revolución social, sino que hasta puede empeorar las cosas. En esta línea, tras informar sobre el gigantesco avance de la desocupación en Europa y dar cuenta de distintas protestas reprimidas por las autoridades con saldos de muertos y heridos, se concluye que “a los muertos por el hambre, la desnutrición, las enfermedades propias de la miseria, hay que añadir los que origina la desesperación ciega que da golpes improvisados y en falso, porque no es el camino de los choques callejeros con la policía el que lleva a la solución, aunque sea pasajera, del pavoroso problema del pan y del trabajo”.[25]
Llama la atención encontrar en el periódico anarquista, en general solidario con todas las luchas de los sectores considerados oprimidos, la idea de que la lucha de los propios desocupados contra la desocupación es improcedente. A ese planteo le suceden otros que dan cuenta sin condenar –aunque no siempre reivindican– distintas luchas de los desocupados. Se advierte en estos casos una suerte de temor a la acción del desocupado, que movido por la desesperación y no por la conciencia, puede generar no sólo graves daños para sí, también para las organizaciones obreras y para el pueblo en general. En términos individuales, el desocupado, empujado por el hambre, “cuando no se ofrece al patrono por la mitad del sueldo que tú percibes; se dispone a trabajar más horas y muchas veces se ofrece sólo por la comida”.[26] En el plano colectivo, la acción directa, ampliamente preconizada por los anarquistas, se desestima aquí porque no se considera que pueda tener éxito alguno, como en el ejemplo citado arriba. Pero ni siquiera en el improbable caso de ser exitosa al punto de provocar una revolución –y esto resulta verdaderamente sorprendente–, será conducente en la medida en que emane de los desocupados:
Si creemos que el hambre y la miseria harán rebelar a los pueblos, creemos muy mal; somos unos verdaderos cándidos. Cuando más, puede venir una revolución catastrófica que nada solucionará: todo quedará como estaba, y eso no lo queremos los anarquistas. Una revolución de hombres conscientes es la que nosotros deseamos, no una revolución de hambrientos y desesperados.[27]
De ahí que para conjurar los peligros de la desocupación no se apele a los desocupados –si bien más adelante esta posición será matizada–. El sujeto que se busca interpelar para luchar contra la desocupación –y eventualmente para la revolución– es la clase obrera ocupada, y la consigna central, la jornada de seis horas de trabajo. Pero las posiciones de La Protesta, de por si muy poco homogéneas, no eran las únicas entre las filas anarquistas. Mucho más cercano a las posiciones de Bakunin parece haber estado el sector agrupado en torno al periódico La Antorcha, referente de una serie de gremios autónomos y de agrupaciones anarquistas disidentes de la FORA, que rechazaban la centralización del movimiento en torno a La Protesta, cuya línea editorial juzgaban moderada. En mayo de 1930, aparecía un artículo que planteaba:
No nos equivocamos si decimos que en el campo se gesta hoy día un grandioso movimiento insurreccional. Váyase donde se vaya, un mismo espectáculo se ofrece a nuestros ojos: desocupados, colonos acampando en estaciones, peonaje deambulando las vías, lo que significa miseria, hambre, pauperismo, condiciones dolorosas de vida. […] en el campo ya no hay posibilidad de acercarle ‘parches’ de reformismo, de remedios venidos de lo alto y de aquellas organizaciones que están alejadas de lo que allí se debate, cada día más imperiosamente en términos extremos y angustiosos.[28]
Nótese que, en una línea compatible con el pensamiento bakunista, la extensión de la miseria y la desocupación en el campo es leída como signo de advenimiento de la revolución. La desesperación que impone el hambre y el desempleo hace que quienes se encuentran sometidos a esas condiciones hayan cortado los lazos que los atan al orden social imperante, en este sentido, son pensados como sujetos revolucionarios. En la medida en que la desocupación y el pauperismo crecen, se incrementan proporcionalmente las perspectivas insurreccionales. Nada más alejado de las consideraciones de La Protesta, que advierte, como señalé más arriba, que la miseria extrema no constituye un factor revolucionario, fortalece por el contrario las relaciones de explotación y autoridad. Así, mientras en La Protesta predomina una línea tendiente a luchar para lograr un alivio de la situación, desde La Antorcha se rechazan los “parches reformistas”. Y dentro de esa categoría cabe no sólo la exigencia de “Pan y trabajo”, consigna agitada ampliamente por los comunistas:
Se grita, y nos llega el eco de las ciudades, “Pan y Trabajo!”. Es una frase más, sin real contenido, una habilidad política, como una hábil medida de conservación sindicalista es eso de las seis horas. El “Pan y Trabajo!” supone la conquista del Estado, la observancia por él de la situación y su remedio. Pero, quién dará solución a un problema de vida o de muerte como se debate en los campos, donde la sublevación crece y la participación del Estado será sólo para la represión y el aplastamiento a sangre y fuego de los gestos de abajo? Las únicas armas están abajo, en el pueblo, en los heridos por el hambre y la miseria. Vayamos a ellos![29]
Como es habitual, La Antorcha se coloca “a la izquierda” de La Protesta y critica a la tendencia que anima este último periódico acusándolo de citadino y reformista. Impugna antes que nada el medio en el que se desenvuelve el grueso de la acción de la FORA y La Protesta, que es el del movimiento obrero en las principales ciudades. Luego, la jornada de seis horas, destinada a ese público, es denunciada como una consigna que apunta a conservar el orden social, y por lo tanto contraria a la revolución que en este caso sí, está en camino. Estas críticas no parecen haber resultado inocuas, La Protesta complementará, poco después, la consigna de las seis horas con la de la expropiación de los terratenientes. A su vez, mientras el principal periódico anarquista deposita en los trabajadores ocupados la responsabilidad de la lucha contra la desocupación –y las esperanzas de revolución–, descartando por el momento la organización de los sin trabajo, todo lo contrario ocurre en La Antorcha, que se propone ir hacia aquellos “heridos por el hambre y la miseria”, es decir, que se plantea organizarlos. Este enfoque se sostiene en el tiempo, aunque no siempre con el sesgo ruralista. Mientras tanto, La Protesta tiende a profundizar su representación de los desocupados y sostiene su opción por el proletariado urbano. En junio de 1930, menos de un mes después del artículo antorchista contra la consigna de las seis horas, señala:
Nosotros tememos que también la desocupación crónica llegue a crear esa masa amorfa de vencidos con la cual será luego imposible de iniciar acción seria de resistencia y de ataque. Estamos a tiempo para acudir en ayuda de los desocupados mediante la lucha por la inmediata implantación de las seis horas, mediante el estímulo a los trabajadores del campo para la ocupación de las tierras incultivadas con la ayuda moral del proletariado de las ciudades. Si esperamos a que la miseria creciente haya abatido y desmoralizado por completo a los hombres acudiremos tarde.[30]
En esta versión, que tiende a predominar, se define al desocupado como un sujeto pasivo, incapaz de luchar. Paralelamente, se postula aquí una suerte de paternalismo encabezado por los obreros urbanos: víctimas del capitalismo, transformados en una “masa amorfa de vencidos”, los desocupados, incluyendo los del campo, precisan ser auxiliados por los trabajadores urbanos, poseedores de una conciencia superior.[31] Así, se empieza a formular el complemento de la consigna de las seis horas, destinado a atender a la realidad del proletariado rural y del campesinado, que quedará formulado como la expropiación de los latifundios. Pero una vez más, las páginas del periódico albergarán artículos con perspectivas diferentes y hasta contradictorias, en torno a las posibilidades cercanas o lejanas de la revolución.
Desocupados y desocupación en esa inminente revolución que se demora
La representación de los desocupados como desmoralizados y vencidos es coherente con la idea de la falta de condiciones subjetivas para la revolución, sobre todo si se tienen en cuenta, como se señaló, la masividad de la desocupación y el escaso eco de los anarquistas con su campaña por las seis horas. Justamente, se esperaba lo contrario: que esa campaña pudiera revertir el clima de desmovilización y aliviar al mismo tiempo el problema de la desocupación, que se agrava con el pasar del tiempo. Más allá de las críticas antorchistas, posiblemente para potenciar la campaña por la reducción de la jornada, dándole un carácter más general, a partir de 1931 la reivindicación de las seis horas de labor va a acompañarse de un planteo de reforma agraria:
Podemos decir con plena seguridad: la situación empeorará de año a año, de año en año será mayor el ejército de los sin trabajo y más baja su moral y su dignidad. Porque a la larga, la miseria degrada, hace perder al hombre todos los sentimientos y las virtudes que elevan y dignifican. […] No podemos pues contentarnos con esa propaganda que hicimos incesantemente hasta aquí. Ahora es preciso que las clases privilegiadas cedan algo más. Es preciso que paralelamente a una reducción de la jornada, obtengamos una modificación del derecho de propiedad […]. Es preciso que desaparezcan los latifundios, que se liberte la tierra, al menos la improductiva y la que no es trabajada por sus dueños […]. Antes la desocupación era un problema industrial, ahora es un problema industrial y agrario. Dentro del actual estado de cosas, búsquese como se quiera y donde se quiera la salvación; no se encontrará más que en una reducción de la jornada para los obreros y en un libre acceso a la tierra para los campesinos.[32]
Por un lado, la representación de los desocupados como sujetos degradados se profundiza a un punto que parecen perder su propia condición humana. Por el otro, nótese el carácter “estatista” y “reformista” del planteo, aspectos que impugnan los antorchistas: se habla de modificar el derecho de propiedad para liberar la tierra improductiva, lo que implica un trámite legislativo; se plantea que las clases privilegiadas “cedan algo más”, no que dejen de existir como tales. Pero esto no implica la renuncia a una perspectiva revolucionaria, que se pospone en este caso para tiempos más propicios. Para que no queden dudas, la nota aclara:
Se requiere un reajuste económico. Ese reajuste son las reformas que reivindicamos como solución inmediata y transitoria a la gran tragedia de los desocupados. Es verdad que con ello no nos daríamos, los anarquistas, por satisfechos. […] nosotros queremos una transformación completa del proceso económico sobre la base de la libertad y la solidaridad: queremos la supresión del parasitismo en el proceso de la producción y del reparto de los productos, como queremos la supresión del principio de autoridad y de sus instituciones consiguientes en el terreno político. Nuestro programa queda intacto, pues, no obstante las reformas de urgencia que son necesarias para aliviar la miseria aterradora de las grandes masas.[33]
Al igual que los socialistas y comunistas, los anarquistas tienen aquí un programa mínimo y un programa máximo. Pero una vez más, la línea de La Protesta no es una sola ni es coherente. Tras publicar algunas notas ambiguas a principios de 1932, donde se llama por ejemplo a “abrirse paso hacia la tierra, sin repasar en sacrificios, pues por grandes que éstos sean siempre serán menores que el sacrificio de vivir en las condiciones actuales”,[34] en el mes abril va a aparecer sin ambages una variación revolucionaria.[35] En esta línea, tras considerar que la jornada de seis horas ya no alcanza para solucionar el problema de la desocupación y enfatizar la necesidad urgente de dejar el libre acceso a la tierra, se apunta: “No esperamos que esta solución se imponga de otra manera que por la vía revolucionaria, de acción directa popular. El capitalismo no se avendrá más que por la fuerza a perder sus privilegios”.[36]
Ante el fracaso de la campaña “reformista” –y los logros de sus competidores, los comunistas–[37] La Protesta parece virar bruscamente a la izquierda y plantear como única solución la revolución. El problema es que, justamente, esas “soluciones transitorias” habían sido planteadas por la inexistencia de condiciones revolucionarias. El regreso a la idea de revolución como salida inminente contribuye a redefinir parcialmente el papel de los desocupados. Así, las imágenes del desocupado como un “infeliz derrotado”,[38] se van a alternar con declaraciones que reafirman “el indiscutible derecho que asiste a los proletarios de tomar la necesario a su existencia, ya que fueron ellos los que han producido todo” y llamamientos que invitan a “imponer mejoras inmediatas por vía de la directa acción de los interesados”.[39] Después de insistir hasta el cansancio en la incapacidad de los desocupados para luchar, se llega a afirmar exactamente lo contrario: “A los desocupados de aquí como a los de todos los países, […] les incumbe también organizarse fuertemente y no esperar de políticos la solución a su vía crusis. La obra de la revolución nos dará las posibilidades de terminar con tanta ignominia”.[40]
En La Protesta, este regreso a la revolución que parecería predominar desde mediados de 1932 ofrece a los desocupados su papel y son convocados a organizarse. Profundizando la oposición con caracterizaciones previas, se piensa incluso en el campo argentino como avanzada revolucionaria. En este sentido, refiriéndose a una importante movilización de desocupados provenientes de Las Rosas, entre otras localidades rurales de las afueras de Rosario, se afirma:
Del campo llega el eco terrible que sobresalta y hace temblar a la burguesía. El campo ha de ser siempre pródigo y fecundo. Desparramadas por el, viven hoy poblaciones numerosas, sin apelativos ni figuración en las cartas geográficas. Se mueven bajo el sol como bajo de la luna; a pié o en los “cargueros”. La casa viaja a espaldas de sus moradores: semejan el caracol. Cuatro pilchas, dos libros y un jarro para el mate cocido constituye todo su haber. El hambre cosquillea en el estómago y la protesta teje su canto en todos los labios. […] Las Rosas marca el primer eslabón de la cadena. La insurrección libertaria comienza a desplegar su bandera y repasar las viejas estrofas.[41]
Estos discursos de La Protesta, a diferencia de los anteriores –y los posteriores– empalman con los motivos de Bakunin y se cruzan con los de La Antorcha, que curiosamente, por ese entonces iban más allá del sesgo rural anterior. En efecto, complementariamente a lo que ocurre en el fragmento de La Protesta citado arriba, los antorchistas se interesan por la situación en las ciudades.[42]
Desde La Protesta también se invita a “ir al desocupado”, a que se organicen, a que recurran a la acción directa, “un medio eficaz para resolver su precaria situación de hambrientos”.[43] Incluso, la satisfacción de las necesidades más perentorias puede asumir un carácter revolucionario. Cuando se produjo, en octubre de 1933, un sonado saqueo a una cadena de almacenes, el periódico señaló que “los trabajadores conscientes deben encontrar en este bello gesto de expropiación, el índice para sus propias acciones insurrectas”.[44]
En ese contexto, se habría llegado a crear un comité de desocupados adherido a la FORA en “Villa Esperanza”.[45] Ubicado en la costanera, en Puerto Nuevo, este importante asentamiento de desocupados recibió alternativamente los dos tratamientos ya identificados en el discurso anarquista. Así, algunos meses después de informar que “Toda clase de insectos y alimañas hacen además vida común con el infeliz derrotado que desalojado de todas partes, ha buscado refugio en estos parajes”,[46] llega el ya citado llamado a “organizarse fuertemente” de La Protesta.
Estas nuevas representaciones, que ubican a los desocupados como sujetos capaces de organizarse y de jugar un papel revolucionario, y a la sazón resultan congruentes con ese tipo de acciones, no llegaron a reemplazar a las anteriores, y convivieron sólo temporalmente con éstas. La salida sumamente esporádica de La Protesta a partir de 1933 y la interrupción en la publicación de La Antorcha un año antes impiden un seguimiento con mayor nivel de detalle, pero en octubre de 1934, encontramos un artículo que retoma las primeras representaciones de los desocupados:
El desocupado […] no ve como amigo al que aun trabaja: el hambre y el dolor continuado destruyen en él no ya su salud física sino que también la intelectual; […] El desocupado -y él no es culpable- va poco a poco perdiendo la dignidad de hombres […] ¿Se dan cuenta los camaradas de la desolación de esas vidas? Privadas de todo en absoluto, terminan por no desear nada. Y no querramos salir del paso con decirle al desocupado que robe: eso no lleva a ninguna solución.[47]
Desfilan aquí todas las figuras con las que los anarquistas de La Protesta caracterizaban inicialmente a los desocupados: la desmoralización, la derrota, la falta dignidad; dirigiéndose al resto de los anarquistas, el articulista parece esforzarse por hacerles comprender los motivos por los que fracasaron en los intentos previos de organizar a los desocupados y por los que no vale la pena seguir intentándolo, en un momento en que los propios anarquistas están en proceso de reorganización. Sencillamente, resulta ahora que los desocupados no son sujetos organizables. La nota desdice, punto por punto, las aproximaciones previas hacia los desocupados. Los saqueos ya no son “bellos gestos de expropiación”, sino robos desaconsejables que de ningún modo propician acciones insurreccionales del resto de los trabajadores.[48]
Y es que el regreso a este conjunto de representaciones se enmarca en un particular reconocimiento del fracaso de la perspectiva de la revolución inminente que el periódico venía abrazando por lo menos desde 1932. Procurando apuntalar a lo que queda del anarquismo, la nota afirma: “para la revolución social, lo tenemos todo: necesidad de ella, voluntad para trabajar, razón para realizarla y capacidad para actuar, en cuanto respecta a nosotros tenemos, pero… nos falta un pueblo”.[49] Sumamente disminuidos y huérfanos de pueblo, a medida que avanzaba la primera mitad de los años 30, los anarquistas encararon rumbos disímiles: algunos se refugiaron en aportes puramente intelectuales –el desarrollo de la revista Nervio es un caso paradigmático–, otros continuaron persiguiendo el encuentro con el pueblo desde las filas anarquistas –la Alianza Obrera Spartacus y la Federación Anarco Comunista Argentina son buenos ejemplos de ello– o se integraron a otras corrientes del movimiento obrero, insuflándoles en distinta medida su radicalismo y combatividad. Pero esa es otra historia.
Conclusiones
A lo largo de este trabajo examiné las diferentes representaciones de los anarquistas sobre los desocupados y las vías planteadas para combatir el problema de la desocupación, así como la apuesta alternativa por una reforma o la revolución. Lo primero que salta a la vista es que, en este período más que en ningún otro, los anarquistas ostentan visiones sumamente divergentes sobre la realidad política del momento. En este sentido, se puede pensar en la coexistencia –o en un predominio sumamente volátil– de posiciones contrapuestas sobre la revolución, la desocupación y los desocupados.
Para comienzos de 1930 encontramos, justamente, dos posiciones contradictorias. La primera, intransigentemente revolucionaria: todos los males del capitalismo, incluida la desocupación, serían solucionados únicamente a través de la abolición de las relaciones capitalistas. La tarea reservada a los anarquistas era, en ese contexto, la misma que venían planteando durante las décadas precedentes: impulsar por todos los medios la insurrección popular mediante una constante tarea de esclarecimiento de las masas. Si esta tarea se llevaba adelante adecuadamente, tarde o temprano el hecho revolucionario debería producirse tan naturalmente como antinatural era considerado el capitalismo. La segunda posición asume que se está atravesando un período de reflujo de la lucha de clases, y que antes que nada es necesario revertir esa situación, poco propicia para una perspectiva revolucionaria. Así, en el contexto del desempleo masivo generado por la crisis capitalista, se plantea la lucha por la reducción de la jornada laboral a seis horas, sin disminuir los salarios. Esta medida beneficiaría tanto a los obreros ocupados que podrían atenuar su desgaste fisiológico e incrementar su tiempo libre, como a los desocupados, que de este modo serían empleados; de ahí que se piense como una consigna capaz de movilizar a ambos sectores y de provocar un ascenso de la lucha de clases, que podría desembocar finalmente en la revolución.
En ese punto, se vuelven a dividir las aproximaciones de los anarquistas, en torno al carácter meramente propagandístico de la consigna de las seis horas o concreción efectiva dentro de los márgenes del sistema, en cuyo caso surge el problema no sólo de que quedaría aplazada la revolución, sino que paradójicamente los anarquistas habrían contribuido a ello, lo cual resulta bastante novedoso teniendo en cuenta las posiciones libertarias clásicas. Esta última posición, que parece predominar durante la mayor parte de 1930, va a acarrear complicaciones adicionales por sus rasgos declaradamente “reformistas” e implícitamente estatistas. En efecto, es el Estado, ese enemigo inconciliable del anarquismo, quien debería implementar una reforma que se piensa posible dentro de los límites del orden capitalista. Estas contradicciones, sumadas al escaso eco de la campaña por las seis horas, van a favorecer el refortalecimiento del enfoque “ultraizquierdista”, es decir, el de la revolución inmediata como única solución.
Ahora bien: de ninguno de los enfoques enumerados más arriba se desprende una representación única de los desocupados. Las representaciones que se van planteando resultan centrales ya que de ellas se desprende el papel que jugarán o deberían jugar los desempleados. En este caso, hay que señalar que durante 1932 en particular, tras la retirada de la dictadura de Uriburu, cobra vigor la representación de los desocupados como sujetos que pueden y deben organizarse para luchar por sus derechos. En las versiones más entusiastas –sobre todo antorchistas, aunque también aparecen en La Protesta– se adopta una línea coherente con los planteos de Bakunin y Kropotkin: los desocupados, igual –o incluso más en La Antorcha– que el resto de los trabajadores, pueden constituirse como sujetos revolucionarios.
Sin embargo, no es esa la visión que predomina. En la mayor parte de los artículos del período analizado, la representación del desocupado es la de un sujeto desmoralizado, pasivo, incapaz de organizarse. En la mayoría de los casos se lo considera como un adversario de la clase obrera ocupada, carente de lazos de solidaridad por la situación a la que fue sometido por el capitalismo, y por lo tanto un sujeto peligroso para la clase trabajadora. En este sentido, señalé la proximidad con la figura y los atributos del lumpenproletario planteada por Marx, lo cual no deja de entrañar cierta paradoja.
Para el caso de La Protesta en particular, es posible pensar en la postulación de una suerte de paternalismo de los trabajadores ocupados sobre los desocupados; en la mayor parte de los artículos relevados son los primeros quienes solucionarán los problemas de los segundos. Esta posición va a ser contradicha en algunas oportunidades en La Protesta hacia 1932, de la mano del giro a la izquierda ya señalado. Los anarquistas que propiciaron esta perspectiva coincidían sobre los desocupados con sus principales competidores del momento, los comunistas. Sin embargo, no es posible asociar en forma unívoca el “ultraizquierdismo” anarquista a una representación activa de los desocupados: los últimos artículos del período mantienen un planteo exclusiva e inminentemente revolucionario, al tiempo que vuelven a la caracterización de los desocupados como desmoralizados y vencidos. La esperanza será depositada, una vez más, en la clase obrera ocupada o bien en el pueblo en general, y allí se dirigen los esfuerzos para un reencuentro que no llega a cuajar.
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Citas
[1] Este trabajo se realizó en el marco del proyecto PI UNRN 40-B-365(2015-2017), “Organización de los trabajadores desocupados en la Argentina de los años 30. Influencias y representaciones” financiado por la Universidad Nacional de Río Negro. Agradezco a Magdalena Tirabassi por su valiosa colaboración en el proceso de relevamiento documental.
[2] Entre los estudios clásicos pueden mencionarse los trabajos de Hugo del Campo, Los Anarquistas, Buenos Aires, CEAL, 1971; Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, Siglo XXI, 1978; Edgardo Bilsky, La FORA y el movimiento obrero (1900-1910), Buenos Aires, CEAL, 1985; Ricardo Falcón, “Izquierdas, régimen político, cuestión étnica y cuestión social en Argentina (1890-1912)”, Anuario Escuela de Historia 12, UNR, 1987; Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001.
[3] Véase Alicia García, “Crisis y desocupación en los años ’30”, Todo es Historia 154, 1980; José Panettieri, El paro forzoso en la Argentina agroexportadora, Buenos Aires, CEAL, 1988; “Paro forzoso y colocación obrera en Argentina en el marco de la crisis mundial”, Cuadernos del CISH 1, 1996; Noemí Girbal Blacha, “La Junta Nacional para Combatir la Desocupación. Tradición y modernización socioeconómica en la Argentina de los años treinta”, Estudios del Trabajo 25, 2003.
[4] La única excepción es el estudio de Iñigo Carrera y Fernández, al que me refiero más adelante. Véase Nicolás Iñigo Carrera y Fabián Fernández, “El movimiento obrero ante la organización y formas de rebelión de los desocupados: 1930 – 1935”, CICLOS vol. 16, 2007. Véase también de los mismos autores, “El movimiento obrero y los desocupados en la primera mitad de la década de 1930” en Nicolás Iñigo Carrera (dir.) Sindicatos y desocupados en Argentina, Buenos Aires, PIMSA-Dialektik, 2011
[5] La Protesta, “Reivindicaciones proletarias. La reducción de la jornada”, 1° de mayo de 1931.
[6] Juan Suriano, “En defensa de los oprimidos”, en Prismas 6, 2002.
[7] Sobre el tema de las posiciones del resto de las corrientes obreras de la época véase Iñigo Carrera y Fernández, op. cit.
[8]La Protesta, “Democracia burguesa”, 9 de enero de 1930.
[9]La Protesta, “La conquista de las seis horas en la lucha contra la reacción internacional”, 10 de enero de 1930.
[10] Idem.
[11] Idem.
[12] Suriano, “En defensa…”, op. cit.
[13] La idea predominante en la bibliografía clásica sobre el tema de que los anarquistas sostuvieron una posición incondicionalmente revolucionaria ha sido cuestionada por ejemplo en Agustín Nieto, “Anarquistas negociadores. Una revisión del sentido común historiográfico sobre el anarquismo argentino a la luz de algunas experiencias libertarias en el movimiento obrero. Mar del Plata 1940-1943”, El Taller de la Historia 1: 2, 2013. El autor se sitúa en los años cuarenta y no llega a ofrecer evidencias concretas para las primeras décadas del siglo XX, pero sus planteos resultan sugerentes. Como se verá en seguida, ya para los años treinta es claro el desarrollo de tendencias de características negociadoras y “reformistas”.
[14]La Protesta, “La desocupación y la jornada de seis horas”, 22 de marzo de 1930.
[15]La Protesta, “La desocupación mundial. Soluciones que no son tales”, 17 de julio de 1930.
[16]La Protesta, “El problema de la desocupación y las seis horas”, 2 de julio de 1930.
[17]La Protesta, “Desocupación y miseria”, 23 de agosto de 1930.
[18]La Protesta, “La desocupación obrera. Lo que no remediará la dictadura militar”, 11 de septiembre de 1930.
[19] Marx, La lucha de clases en Francia, Marxists Internet Archive, 2001.
[20] Karl Marx y Friedrich Engels, El manifiesto comunista, Ediciones elaleph.com, 2000.
[21]En este punto, el análisis del pensamiento de Bakunin en lugar del de Kropotkin, mucho más influyente para los anarquistas argentinos, obedece a que este último no profundizó en torno al lumpenproletariado. Pero en su pensamiento está latente la concepción bakuninista del pueblo como depositario de la energía revolucionaria, incluyendo a los desheredados. Véase Suriano, “En defensa…”, op. cit.
[22] Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Buenos Aires, Utopía libertaria, 2004.
[23]Sobre este punto pueden verse, entre otros, Sam Dolgoff, “Introduction”, Bakunin on anarchy, Nueva York, Vintage Books, 1971 y Richard Rubinstein, Alquimistas de la revolución, Barcelona, Granica, 1987. Agradezco a Jason Garner por haberme llamado la atención sobre este aspecto del pensamiento bakuniano.
[24]La Protesta, “La conquista de las seis horas en la lucha contra la reacción internacional”, 10 de enero de 1930.
[25]La Protesta, “La desocupación internacional”, 17 de enero de 1930.
[26]La Protesta, “Desocupación y miseria”, 23 de agosto de 1930.
[27]Idem.
[28]La Antorcha, “Hablemos de la Argentina”, 10 de mayo de 1930.
[29]Idem.
[30]La Protesta, “La lucha contra la desocupación”, 4 de junio de 1930.
[31] Es posible conjeturar sobre la influencia de la dirección de la FORA en torno a esta posición, ¿no es ella y sus afiliados en definitiva, quienes se suponen poseedores de esa conciencia superior? Téngase presente que la FORA incidió fuertemente en la línea editorial de La Protesta –así como también el equipo de redacción del periódico incidió sobre la FORA– por lo menos hasta el golpe de septiembre de 1930. Como se mencionó, el ingreso de nuevos redactores en ese contexto puede explicar en parte la introducción de nuevos enfoques sobre el tema.
[32]La Protesta, “Reivindicaciones proletarias. La reducción de la jornada”, 1° de mayo de 1931.
[33] Idem.
[34]La Protesta, “Más de seiscientos mil obreros desocupados”, 4 de febrero de 1932.
[35] Se anticipa así la posición del 2° Congreso Anarquista Regional celebrado en Rosario en septiembre de 1932, que reafirma los principios revolucionarios y aprueba por unanimidad “Pregonar en todas partes la propaganda de la insurgencia, de la rebelión, de la acción directa de los productores del pueblo en campos y ciudades”. La Protesta, “Declaración sobre propaganda”, 24 de septiembre de 1932.
[36]La Protesta, “Hay que dejar libre acceso a la tierra”, 29 de abril de 1932.
[37] Sobre los logros organizativos en general de los comunistas durante la década de 1930 véase Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
[38]La Protesta, “Cómo viven los desocupados en los pajonales”, 29 de abril de 1932.
[39]La Protesta, “De San Juan. Intensa lucha contra la desocupación y la miseria”, 24 de septiembre.
[40]La Protesta, “Los desocupados de Puerto Nuevo serán embarcados a su país de origen”, 24 de septiembre de 1932.
[41]La Protesta, “La reacción en la provincia de Santa Fé”, 24 de septiembre de 1932.
[42]La Antorcha, “Desocupados”, 29 de abril de 1932.
[43]La Protesta, “Desocupación”, mes de noviembre de 1933.
[44]Idem.
[45] Véase Iñigo Carrera y Fernández, op. cit.
[46]La Protesta, “Cómo viven los desocupados en los pajonales”, 29 de abril de 1932.
[47] La Protesta, “El problema del desocupado y la FORA”, mes de octubre de 1934.
[48] Ya en 1933 un artículo advierte que “si justificamos la delincuencia como un producto directo de la sociedad capitalista, no es posible que consideremos la misma como un factor de revolución”. La Protesta, “Anarquismo y delincuencia”, mes de noviembre de 1933. Resuena aquí el rechazo previo de La Protesta de las acciones “expropiadoras” de finales de la década de 1920, incluso el título del artículo citado es prácticamente idéntico a otro publicado el 9 de abril de 1929. Véase sobre este punto Luciana Anapios, “La ciudad de las bombas. El Anarquismo y la ‘propaganda por el hecho’ en la Buenos Aires de los años veinte”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” 39, 2013.
[49]La Protesta, “El problema del desocupado y la FORA”, mes de octubre de 1934.